Sentado en el lugar del acompañante, lo oyó acomodar los bolsos en el baúl.
—Hacía mucho que no viajábamos juntos en auto—dijo el padre y antes de encender el motor, le pidió que se pusiera el cinturón.
El jueves, lo había llamado. Quizás valía la pena volver a la quinta. Él había respondido que sí, sólo porque no se le había ocurrido ninguna excusa. Y ahora, en el silencio de la avenida, pensaba en el aire tibio de aquellas tardes húmedas, la ropa pegada a la piel, el olor a tierra mojada, los sapos enormes que apenas podían moverse, el gusto amargo de los nísperos, la curiosidad de libélulas y libélulas que flotaban entre ellos, se paraban inquietas sobre una rama o un brazo hasta que uno, él aunque más chico, lo movía y entonces el insecto volvía a flotar en ese aire denso, amarillento y pegajoso que suele cubrir…
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Es un texto precioso. Me gusta mucho cómo mezcla los recuerdos con el presente.
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Sí, eso me encantó y también que el hijo se haga el que no recuerda nada, como para evitar fortalecer ese vínculo con el padre.
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