Un barco más o menos bonito Por Hernán Ronsino

Revista Carapachay

El 5 de mayo se cumplen 45 años de la desaparición de Haroldo Conti. La figura de Conti no es una figura olvidada dentro de la literatura argentina. Su obra se reedita periódicamente y hay una serie de instituciones y de políticas culturales que mantienen encendida su memoria. También mientras Conti vivía sus libros eran reconocidos. Cuando apenas tenía publicadas dos novelas y dos libros de cuentos, por ejemplo, apareció en 1969 un libro escrito por Rodolfo Benasso titulado El mundo de Haroldo Conti. Publicado por Galerna, y con un Conti que rondaría los cuarenta y cuatro años, el libro repasa, minuciosamente, cada uno de los textos publicados hasta ese momento y esboza una lectura. Allí – a partir de Sudeste y de Alrededor de la jaula –Benasso plantea una hipótesis más que interesante: leer Sudeste como una “anatomía de la soledad” y leer Alrededor de la jaula como…

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Fundaciones

Por: Yolanda Pantín

Fuimos una tarde con mi madre

a ver las fundaciones
y entre ellas, rodeada,
la casa
que fue de su infancia.

La miramos
sin reconocerla,

como el paisaje
que las socavaciones
de la arenera
pervierte,
al cavar
dentro de la memoria.

*
No hay sosiego.

Ni para esas gentes
de pie
junto al camión del ejército.

*
Desandamos los pasos
con risa trágica.

Cerramos
la pesada puerta
de hierro

y en el corredor
nos sentamos

a ver pasar la tarde.

*
Yo recordé un verso
de aquel libro olvidado:

            Mi padre
sueña un lugar.

De PAÍS por Yolanda Pantín, 2021.

«No teniendo nada que hacer, ni que pensar en hacer, voy a poner en este papel la descripción de un ideal: apunte.
La sensibilidad de Mallarmé dentro del estilo de Vieira; soñar como Verlaine en el cuerpo de Horacio; ser Homero a la luz de la luna.
Sentirlo todo de todas las maneras; saber pensar con las emociones y sentir con el pensamiento; no desear mucho sino con la imaginación; sufrir con coquetería; ver claro para escribir justo; conocerse con fingimiento y táctica; naturalizarse diferente y con todos los documentos; en suma, usar por dentro todas las sensaciones, quitándoles la cáscara hasta llegar a Dios; pero envolver de nuevo y reponer en el escaparate como ese dependiente que desde aquí estoy viendo con las cajas pequeñas de betún de la nueva marca.
Todos estos ideales, posibles o imposibles, se acaban ahora. Tengo la realidad ante mí: no es ni siquiera el dependiente, es su mano (a él no le veo), tentáculo absurdo de un alma con familia y suerte que hace muecas de araña sin tela en el estirarse de la reposición de allí enfrente.
/Y una de las cajas se ha caído, como el destino de todo el mundo./»

De El libro del desasosiego de Bernardo Soares por Fernando Pessoa, 1982.
4ta edición de Seix Barral, traducción de Ángel Crespo, septiembre de 2020.

«Todo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que he sido otro, que he sentido otro, que he pensado otro. Aquello a lo que asisto es un espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo.
Encuentro a veces, en la confusión vacía de mis gavetas literarias, papeles escritos por mí hace diez años, hace quince años, hace quizás más años. Y muchos de ellos me parecen de un extraño; me desreconozco en ellos. Hubo quien los escribió, y fui yo. Los sentí yo, pero fue como en otra vida, de la que hubiese despertado como de un sueño ajeno.
Es frecuente que encuentre cosas escritas por mí cuando todavía era muy joven, fragmentos de los diecisiete años, fragmentos de los veinte años. Y algunos tienen un poder de expresión que no recuerdo poder haber tenido en aquel tiempo de mi vida. Hay en ciertas frases, en varios períodos, de cosas escritas a pocos pasos de mi adolescencia, que me parecen producto de tal cual soy ahora, educado por años y por cosas. Reconozco que no soy el mimso que era. Y, habiendo sentido que me encuentro hoy en un progreso grande de lo que he sido, pregunto dónde está el progreso si entonces era el mismo que soy ahora.
Hay en esto un misterio que me desvirtúa y me oprime.
Hace unos días sufrí una impresión espantosa con un breve escrito de mi pasado. Recuerdo perfectamente que mi escrúpulo, por lo menos relativo, por el lenguaje data de hace pocos años. Encontré en una gaveta un escrito mío, mucho más antiguo, en que ese mismo escrúpulo estaba fuertemente acentuado. No me comprendí en el pasado positivamente. ¿Cómo he avanzado hacia lo que ya era? ¿Cómo me he conocido hoy lo que me desconocí ayer? Y todo se me confunde en un laberinto donde, conmigo, me extravío de mí.
Devaneo con el pensamiento, y estoy seguro de que esto que escribo ya lo he escrito. Lo recuerdo. Y pregunto al que en mí presume de ser si no habrá en el platonismo de las sensaciones otra anamnesis más inclinada, otro recuerdo de una vida anterior que apenas sea de esta vida…
Dios mío, Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí?»

De El libro del desasosiego de Bernardo Soares por Fernando Pessoa, 1982.
4ta edición de Seix Barral, traducción de Ángel Crespo, septiembre de 2020.

«Prefiero la prosa al verso, como modo de arte, por dos razones, la primera de las cuales, que es mía, es que no puedo escoger, pues soy incapaz de escribir en verso. La segunda, sin embargo, es de todos, y no es —lo creo de verdad— una sombra o disfraz de la primera. Vale, pues, la pena que la deshile, porque afecta al sentido íntimo de todo el valor del arte.
Considero al verso una cosa intermedia, un paso de la música a la prosa. Como la música, el verso es limitado por leyes rítmicas que, aunque no sean las leyes rígidas del verso regular, existen sin embargo como defensas, coacciones, dispositivos automáticos de opresión y castigo. En la prosa hablamos libres. Podemos incluir ritmos musicales y, a pesar de ello, pensar. Podemos incluir ritmos poéticos y, sin embargo, estar fuera de ellos. Un ritmo ocasional de verso no estorba a la prosa; un ritmo ocasional de prosa hace tropezar al verso.
En la prosa se engloba todo el arte, en parte porque en la palabra está contenido todo el mundo, en parte porque en la palabra libre está contenida toda la posibilidad de decirlo y pensarlo. En la prosa lo damos todo, por transposición: el color y la forma, que la pintura no puede dar sino directamente, en ellos mismos, sin dimensión íntima; el ritmo, que la música no puede dar sino directamente, en él mismo, sin cuerpo formal, ni ese segundo cuerpo que es la idea; la estructura, que el arquitecto tiene que formar con cosas duras, dadas, exteriores, y nos erguimos en ritmos, en indecisiones, en decursos y fluideces; la realidad, que el escultor tiene que dejar en el mundo, sin aura ni transubstanciación; la poesía, en fin, en la que el poeta, como el iniciado en una orden oculta, es siervo, aunque voluntario, de un grado y de un ritual.
Estoy seguro de que, en un mundo civilizado perfecto, no habría otro arte que la prosa. Dejaríamos los ponientes a los ponientes, procurando tan sólo, en arte, comprenderlos verbalmente, transmitiéndolos así en una música inteligible del corazón. No haríamos escultura de los cuerpos, que guardarían, propios, vistos y tocados, su relieve móvil y su tibieza suave. Haríamos casas sólo para vivir en ellas, que es, al fin, aquello para lo que son. La poesía quedaría para que los niños se acercasen a la prosa futura; que la poesía es, por cierto, algo infantil, mnemónico, auxiliar e inicial.
Hasta las artes menores, o aquellas a las que podemos llamar así, se reflejan, susurrantes, en la prosa. Hay prosa que danza, que canta, que se declama a sí misma. Hay ritmos verbales que son bailes en que la idea se desnuda sinuosamente, con una sensualidad translúcida y perfecta. Y hay también en la prosa sutilezas convulsas en que un gran actor, el Verbo, transmuta rítmicamente en su substancia corpórea el misterio impalpable del Universo.»

De El libro del desasosiego de Bernardo Soares por Fernando Pessoa, 1982.
4ta edición de Seix Barral, traducción de Ángel Crespo, septiembre de 2020.

«Considero a la vida como una posada en la que tengo que quedarme hasta que llegue la diligencia del abismo. No sé a dónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esta posada una prisión, porque estoy compelido a aguardar en ella; podría considerarla un lugar de sociabilidad, porque aquí me encuentro con otros. No soy, sin embargo, ni impaciente ni vulgar. Dejo a lo que son a los que se encierran en el cuarto, echados indolentes en la cama donde esperan sin sueño; dejo a lo que hacen a los que conversan en las salas, desde donde las músicas y las voces llegan cómodas hasta mí. Me siento a la puerta y embebo mis ojos en los colores y en los sonidos del paisaje, y canto lento, para mí solo, vagos cantos que compongo mientras espero.
Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Disfruto la brisa que me conceden y el alma que me han dado para disfrutarla, y no me interrogo más ni busco. Si lo que deje escrito en el libro de los viajeros pudiera, releído un día por otros, entretenerlos también durante el pasaje, estará bien. Si no lo leyeran, ni se entretuvieran, también estará bien.»

De El libro del desasosiego de Bernardo Soares por Fernando Pessoa, 1982.
4ta edición de Seix Barral, traducción de Ángel Crespo, septiembre de 2020.

What the Doctor Said

By: Raymond Carver

He said it doesn’t look good
he said it looks bad in fact real bad
he said I counted thirty-two of them on one lung before
I quit counting them
I said I’m glad I wouldn’t want to know
about any more being there than that
he said are you a religious man do you kneel down
in forest groves and let yourself ask for help
when you come to a waterfall
mist blowing against your face and arms
do you stop and ask for understanding at those moments
I said not yet but I intend to start today
he said I’m real sorry he said
I wish I had some other kind of news to give you
I said Amen and he said something else
I didn’t catch and not knowing what else to do
and not wanting him to have to repeat it
and me to have to fully digest it
I just looked at him
for a minute and he looked back it was then
I jumped up and shook hands with this man who’d just given me
something no one else on earth had ever given me
I may even have thanked him habit being so strong


From A New Path to the Waterfall by Raymond Carver, 1989.

«I am stricken to the core by an early poem, «Morning, Thinking of Empire», where a mundane act becomes the chilling image for a marriage’s inevitable interior dissolution: «I coolly crack the egg of a fine Leghorn chicken.» The moment seems unsurvivable, the collapse of a shared universe rendered unflinchingly. In the context of the entire poem we experience it action by action, as a series of spiritually irretrievable moments which cut the partners off from each other and obliterate all hope for the regeneration of the marriage:

We press our lips to the enameled rim of the cups
and know this grease that floats
over the coffee will one day stop our hearts.
.....................................................
I coolly crack the egg of a fine Leghorn chicken.
Your eyes film. You turn from me and look across 
the rooftops at the sea. Even the flies are still.
I crack the other egg.
Surely we have diminished one another.

The word «surely» here is a cliff and an avalanche, accompanied by the steel-eyed gaze and barely containable assessment of the speaker.»

Fragment taken from the Introduction written by Tess Gallagher, about the collected poems of Raymond Carver’s All of us. 1996. Vintage books.

Comentario: El viaje de Álvaro Rousselot (El gaucho insufrible), Roberto Bolaño.

Felipe Carrillo Alvear

Libro: Cuentos completos

Editorial Alfaguara

647 páginas

Primera impresión en Colombia: 2018

En alguna clase del pregrado en Filología el profesor, que ya tenía experiencia y reconocimiento académico internacional, nos dijo, como si nos estuviera confesando algo, que muchas personas en Latinoamérica todavía soñaban la literatura con idealismo y romanticismo, y después se estrellaban con esa visión europea que hace muchos años pensaba la literatura principalmente como un negocio. Creo que en parte de eso se trata este cuento de Bolaño. En el texto, Álvaro Rousselot es un escritor argentino de mediados del siglo XX, que después de algunas explicaciones y un relativo éxito decide ir a París a encontrarse con un director de cine que parece haber comenzado su filmografía plagiando las novelas de Rousselot, pero que después ha dejado de hacerlo y eso ha impulsado a Rousselot a ir París más que para enfrentarlo, para hablar con él…

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